Son miles de kilómetros los que nos separan, aún así, tus palabras fueron las que me trajeron hasta aquí. ¡Vasconcelos! Exclamaste al recordar el nombre de la biblioteca…
D.F. amanecía a dos grados. Mi inexperiencia me tenía con ropas, apenas adecuadas, para la mañana que me regalaba la ciudad. Dentro de las cafeterías con costos se disimulaba el hielo que envolvía a las calles.
Emprendí entonces la travesía para conseguir algo más apropiado para la ocasión. Caminé varias calles sin tener mucha suerte. Iba con un andar seguro pero sin rumbo, como si supiera de antemano a donde me llevaba el frío. Me encontró el hambre, así que almorcé en el primer lugar que despertó mi confianza.
La temperatura era ya un poco más manejable. El sol seguía ausente y al parecer no tenía la menor intención de presentarse. En Reforma 222 le pregunté al guarda si sabía donde podía conseguir algo adecuado. Me recomendó una tienda de departamentos en Buenavista. Seguí ciegamente su consejo pero sin encontrar lo que necesitaba.
Salí de la tienda con rumbo Insurgentes, para tomar un taxi y comenzar el camino de regreso. Justo cuando me disponía a detenerlo… Apareció… majestuosa ante mi… Mientras que al mismo tiempo escuchaba tu voz decir: ¡Biblioteca Vasconcelos!
Bajé mi mano. Caminé en silencio… Atravesé la puerta principal. Giré a la izquierda y explotó ante mi un universo literario. Organizado de forma impecable, en enormes andamios flotantes metálicos con plataformas de vidrio. Pasillos infinitos interconectados por escaleras, creando el mejor laberinto de letras jamás concebido.
Yo. No podía dejar de sonreír. El corazón hacía eco en cada espacio. Esperaba ingenuamente que en cualquier pasillo aparecieras, para poder agradecerte que me trajeras hasta aquí.