!/images/20.jpg (Giorgio de Chirico – Mystery and Melancholy of a Street – 1914)!
Desprender las palabras de lo cotidiano, darles ese tono que uno espera y no dudar ni un segundo de lo que está por venir.
Porque el tocó la puerta y nadie vino a responder. Las buenas costumbres le habían enseñado a no precipitarse, a no tomar a la ligera las cosas y mucho menos a llamar a la puerta dos veces.
No sabía que hacer. Todo su ser lo empujaba a llamar una vez más. Estaba seguro que alguien ahí adentro lo dejaría entrar. Miró al cielo. No buscando una señal, mucho menos evitando mirar la puerta. Ni él sabía por que había elevado la mirada. Lo que si le parecía particular era que el cielo estaba estrellado. Y recordaba perfectamente que había llegado a ese lugar con los primeros rayos de sol, con el único fin de desprender las palabras de lo cotidiano. Devolvió sus ojos a la puerta y empezó a dibujar en su mente lo que había detrás de ese trozo de madera inerte.
Boceteó en una esquina un sillón sumamente viejo, cansado de estar sentado toda su vida. Con los cojines ajados y los descansos desbarnizados por los años. Pero indudablemente el sillón más disputado de la casa. Al lado una chimenea que siempre soñó con ser caldero de un barco de vapor. Para conocer todos los lugares que los maderos al calor de la noche le habían contado.
En frente de la chimenea y el sillón, una mesa que padecía de amnesia. Cada cosa que ponían sobre ella era olvidada por completo por su dueño. Directo de donde se encontraba, unas escaleras cubiertas de polvo, perfectas para escribir el nombre sobre ellas y por alguna razón parecían nunca dejar de subir. Al lado derecho la puerta a la cocina que nunca estaba cerrada. Un comedor de ocho puestos sumamente orgulloso. En la esquina al lado de la ventana el reloj de péndulo que siempre marcaba las cuatro, pero que sin falta hacía retumbar las entrañas de la casa a media noche. Nunca había estado ahí pero no podía ser de otra forma.
Tenía un papel en la mano izquierda. Seguía sin entender que quería decir exactamente ese trozo de papel que había encontrado en su habitación horas atrás. Lo había intrigado tanto la forma en que estaba escrito, que había olvidado por completo que los papeles tienen dos lados.
Las ganas de volver a tocar se volvían insoportables pero lo último que quería era contradecir las normas que claramente sus mayores le habían enseñado. Ya no era solo él, el viento soplaba alentándolo, demostrándole que solo tenía que seguir adelante. Entreabrió el puño y leyó esa perfecta firma «Stella» garabateada en tinta china.
El viento fue ahora el que no pudo más. Le arrebató de la mano el preciado papel, quiso atraparlo. Una, dos, tres veces, pero él ágilmente esquivaba la torpe mano que lo intentaba volver cautivo. En una hazaña colmada de precisión el papel se escapó entre el borde de la puerta y el suelo.
Se quedó sin aliento. La mirada se perdió en ese finísimo abismo. El tiempo desapareció y él de su mano. Simplemente dio media vuelta y partió. Aún hoy se puede ver el papel en el suelo al otro lado de la puerta donde dice: «Pasa la puerta está abierta.»
No pude evitarlo, en el segundo párrafo me di cuenta que estaba empezando a sonreír y no pude parar hasta el final. Hasta me dio cosquillas y todo.
uno siempre ve todo mas complicado de lo que es y siempre por pensar tanto las cosas, uno se pierde en el limbo y todo pasa enfrente de nosotros desapercibido, no entendemos que es mejor ver las cosas con ojos sencillos, para poder disfrutar mejor. me encanto!!!
La lógica, las reglas y lo que “debio” ser es justo lo que retiene y hace olvidar que lo claro está en lo que sentimos y no necesita ni palabras ni explicaciones. Esos segundos, detalles, intermedios, y momentos que causan el efecto eterno en las líneas, marcando diferencias constantes.
me encanto!
NO tengo palabras…